A DIEZ ESCALONES DE LA TRANSVANGUARDIA
Yo vivÃa en una casa redonda, al mismo tiempo que era mi estudio para pintar.
Por el balcón interior veÃa revolotear las palomas blancas y grises, de color blanco marmóreo sucio y gris plomo con reflejos verdes metalizados. Los domingos me quedaba mirando el hormiguero de gente que poblaba la plaza mientras escuchaba el rumor de los pájaros enjaulados y las canciones de Manolo Escobar, como un todo reunido en un solo ruido de gallos peleando por sostener su grito por encima del resto.
Era todo un magma que fluctuaba sin emanar fuegos, todo lo contrario, parecÃan cabezas de puros apagados del color de la ceniza que se dirigÃan como un rÃo contaminado a una desembocadura al otro lado del mundo, quizás al mar de los Sargazos, o peor aun, al mar Muerto.
Mientras, pintaba un cuadro con el polvo acumulado que solÃa atesorar barriendo con mucho cuidado de no tirar nada a la basura y allà se adherÃa de todo, incluyendo colillas con rango de cigarro, pues en aquel tiempo fumaba con ansiedad, quemando en cada calada un sueño hecho pedazos y vuelta a empezar. Las pinzas de mis dedos estaban manchadas de nicotina y mi labio inferior empezaba a crecer por el tamaño de un callo que se endurecÃa a base de quemar tabaco sin recibir ningún placer a cambio.
Era un tiempo de espera para los artistas de mi generación, un tiempo que transcurrÃa despacio, como el murmullo casi apagado de las palomas en sus arrullos del palomar.
Todo el tendedero del balcón estaba infestado de cagadas de paloma y yo hacÃa de aquello un trascendental ejercicio contemplativo de tesoros acumulados regalados por la providencia divina, pues las estalactitas blancas recreaban formas dantescas, surrealistas, formas de algo intangible pero que recordaba a algo, a una figura que el mismo Giacometti hubiera deseado para su coreografÃa artÃstica, o inspirado al mismÃsimo Picasso para modelar un entierro de la sardina, o a cualquier artista manierista del churrigueresco extasiado para plasmar sus fantasmas estilizados, como esencias de humo expandidas por el espacio, que se yo.
Y hablando de una sombra alargada, muy alargada, que iluminó por unas horas la ciudad de Valencia, me refiero a Aquille Bonito Oliva, el cerebro rampante de un proyecto pensado para artistas de carácter disperso, que aun teniendo nombre de besugo en conserva y pertenecer al paraninfo de las vacas sagradas del olimpo del arte, yo lo conocà de memoria, de recuerdo, de emocionada ausencia, quiero decir que lo tuve a escasos diez escalones de mi estudio redondo, diez malditos escalones que me separaron quizás de la gloria mas absoluta si mi obra de polvos mágicos, de colillas y cagarrutas de paloma, le hubiera encantado con sus emanaciones, vapores nauseabundos, o borrachera contaminante, capaz de adormecerlo como a un niño de pecho y darle de mamar los concentrados de cremosa leche pasteurizada con los años, mezclada con las obras maestras de la escultura defecada de paloma y algún que otro zurullo de perro, del cual conservo excrementos de recuerdo y que hasta formaron parte de cuadros matéricos pintados con las manos, incluso llegaron a inspirar tÃtulos escatológicos para algunos cuadros.
Cuando la sombra alargada rasgaba sus uñas mas abajo, yo estaba pegado al oÃdo por si se me hacÃa la luz de entre las sombras, todo un dÃa esperando la aparición del MesÃas y que jamás se produjo. Alguien, que sà poseÃa un perfume contagioso, quizás pringoso y alucinógeno, atrajo la atención de la vaca sagrada y allÃ, diez escalones abajo, se consumió el acto, no se si acto amoroso, o indecoroso, pero que al rato se hizo el silencio y unos pasos que arrastraban cansancio dejaron de pertenecer al mundo de los vivos y la sombra desapareció como si nada hubiera pasado.
A esa escasa distancia estuve de la Transvanguardia italiana pasada por el colador y el chino de la denominación de origen española, de haber pertenecido, o no, a un ganado que ricamente pacÃa por esos campos de Dios, tranquilamente, quien sabe si yo hubiera sido el Mimmo Paladino español, o el Enzo Cuchi valenciano, pero que de sus influencias motoras ahora escribo para pensar como un analista de aquella revolución que tanto influyó
en nosotros, artistas a la espera de que se nos apareciera el redentor y que veÃamos en aquel movimiento la salida a la fama, a la riqueza y a la consolidación de la pintura-pintura, motivos suficientes como para dejarse querer por un movimiento de fama internacional y que rocé con los pelos de mis brazos como escarpias, por lo que el asunto se resume en que la vida y el arte es una sucesión paradójica de casualidades, que pueden convertir los sueños en realidad, o al revés, quiero decir, que yo le debo mucho a la Transvanguardia italiana por cuanto abrió cerrojos herméticamente cerrados en una sociedad poco acostumbrada a fenómenos mediáticos con una cabeza pensante al frente del "negocio".
Mi agradecimiento a aquel que me ignoró sin saberlo y que sembró en mi corazón una simiente de futura venganza, que volverá a abrir la herida y quien sabe si nuevas savias para nuevos movimientos artÃsticos pasados o no por agua, pero que seguro regenerarán el arte de las últimas vanguardias.
La influencia de Paladino es innegable y actuó en su momento como una válvula de escape cuando el panorama artÃstico español en general y valenciano en particular nadaba contra corriente, es por eso que fuera asomando a flote, tal vez arrastrado por aquel vendaval mediático que tanto echábamos en falta los artistas de mi generación, una realidad desamparada donde cada cual y cada quien se esforzaba en ir superando en la clandestinidad todas y cada una de las situaciones que cada artista vivÃa, al margen de cualquier mecenazgo o proteccionismo oficial. Aquel emporio amparado por un dirigente conceptual como
Bonito Oliva, hizo posible que el arte generado por los componentes del grupo acabara siendo admitido como dogma y entrara en los circuitos, colecciones y museos internacionales.
El primitivismo de Paladino, una sintaxis salvaje extraÃda de la memoria de Picasso con ciertas dosis de agresividad ancestral, hizo que las representaciones de la figura humana
en aquellos años fueran ya del todo partÃcipes de la modernidad pictórica en su mas amplio sentido de la expresión, una representación agresiva que rompÃa con el esteriotipo banal que nos impedÃa, y hablo por mi propia experiencia, ser verdaderamente libres y sentir en la práctica la herencia rompedora que conducÃa al lenguaje propio siguiendo el transcurrir de la historia y notar como la memoria histórica iba adaptándose al concepto y éste a la realidad cotidiana en un mundo globalizado como un todo a modo de hermandad, capaz de estar todos entre todos formando parte de la totalidad recreando evoluciones nuevas salidas de un tronco común.
Reflexiones de una autobiografÃa de Juan Barberá en relación con la Transvanguardia italiana.
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